Thursday, June 29, 2006

MANUEL ARTEAGA ROSQLES

Víctor Hugo Alvitez Moncada / “Pisadiablo”

MANUEL ARTEAGA ROSALES

Hombre y Maestro agradecido de la Vida

El hombre es un ser dotado de sabiduría e inteligencia, hecho que le permite decidir la entrega fiel y constante a la vocación que regirá el destino de su vida. MANUEL ARTEAGA ROSALES, desde su lar andino que le diera luz matinal en 1924, arriba en Huaylas, o viejo Hatun Huaylas “Tierra de ensueño” hoy nuevo distrito de Santo Toribio, departamento de Ancash, donde creció acompañado de profundo amor, flores silvestres, viento, lluvia, canto del río y avecillas del campo, quienes arroparon su ser para fundirlo en los crisoles del trabajo, responsabilidad, anhelo de superación, perseverancia, honestidad, dedicación, respeto, amistad, gratitud y otros valores morales y humanos que supo afrontarlos en sus distintos momentos ante la sociedad como hombre, empleado, maestro, músico, escritor y amigo.

Por eso, le será fácil adaptarse a todas las circunstancias donde anduvo desarrollarse y vivir, desempeñándose en disímiles ocupaciones hasta llegar a maestro de escuela, de aquellas escuelitas prendidas en la punta del cerro, de techos de ichu pero de inmenso cariño por la niñez estudiosa y comunidad, hasta poco a poco ir despeñándose, “cuesta abajo” buscando mayor bienestar y progreso, y que de tanto rodar –cual piedra de río- llegó a Huacatambo en el valle de Nepeña para entregar toda su experiencia, sapiencia y conocimientos por considerables años hasta jubilarse como director; luego pasó a nuestro Puerto de Oro – Chimbote donde se afincará definitivamente, continuando su contribución personal y colectiva en los campos institucionales y literarios.

Maestro admirado y apreciado por las comunidades y fundamentalmente la generación de hombres que formó y que hoy a la distancia solamente siente la satisfacción por la meritoria tarea cumplida a pesar de múltiples dificultades. Su labor docente estará conferida a tan preclara misión, regocijando la experiencia educativa y necesariamente los años mozos y juveniles junto a sus alumnos en paseos, excursiones, conociendo nuestro extenso territorio ancashino y otros; cultivando el deporte con pelota de trapo o vejiga “copocho” de algún animal; el teatro, la música acompañado siempre de su infaltable rondín, violín, mandola o mandolina -de acuerdo a la ocasión- celebrando veladas literario-musicales e inolvidables jaranas y pasionales serenatas a la luz de la luna; consolidando fuertemente lazos de fraternidad y amistad entre sus colegas y todos quienes estuvieron rodeándole.

MANUEL ARTEAGA ROSALES, era entonces un hombre decidido, empeñoso, aventurero, acomedido, conquistador. La vida para él debía transcurrir por el cauce de la máxima expresión vivencial, no podía desperdiciársela, el día siguiente será distinto y con mayor optimismo habrá que enfrentarlo, cara a cara; he ahí la importancia y necesidad de vivirla, intensamente, del mismo modo ejemplarmente.

Hombre desprendido, sencillo que añora el terruño entrañablemente, la familia, los amigos y discípulos; todos estos sentimientos lo inclinarán por el arte literario, recogiendo su experiencia y madurez. Inició haciendo versos para niños, a la bendita tierra con sus colinas y campiñas hondamente verdes bajo aquel Alpamayo centinela carmín catalogado como el nevado más hermoso del mundo; el serpentear del Santa donde se han de encontrar silbando para saludarse jubilosos; aquellos caminos orlados de retamas y retorcidos cercos de penca de largos magueyes en flor que luego sus pukanas atizarán el fuego para el mote y habas tostadas a bolsillos llenos; testigos de aventuras y presagios, volviendo las andanzas a recordar la amada y cantarle efusivamente.

Como escritor ha desarrollado una valiosa labor, sus obras aquí resumidas, dan testimonio de un largo trance por las letras comprometidas con los caros anhelos de mostrar la vena poética, narrativa e histórica: evocatriz, bucólica, romántica, telúrica y mística. En esta larga lista de libros de poesía, cuentos y relatos, novelas, monografías y hasta revistas; no nos detendremos, usted amigo lector catalogue lo ampliamente andado en este sendero por el citado autor; y, a pesar de considerarlos él mismo como inéditas -por la indiferencia y desamor-, a excepción de una de sus últimas Semblanzas de mi tierra- muchas de ellas conocemos y valoramos el esfuerzo que supo desplegarles para deleitarnos amenas, lozanas y oportunas.

A estas alturas de la vida y con una veintena de libros de su autoría, cree todo haber transcurrido, cual agua corriente bajo arcos de puentes calicanto, ofreciéndonos Confesiones donde anota: “es el complemento autobiográfico de otros libros como Escalones, Rocíos de otoño y Cuarenta años después”; allí se detiene para mirarse en sus espejos y reflejos del cielo, entonces ha de decirse: ¿Tan poco he contribuido con mis semejantes, mi tierra, mi familia y la humanidad? Pregunta muy difícil que pocos nos hacemos y solos encontramos respuestas, mayormente reflexivas. Muchas veces mostrando únicamente lo bueno ¿y lo malo? quién ha de calificarlo, ¿no será nosotros mismos para poder así pregonar con el ejemplo y la franqueza? Este es el caso de MANUEL ARTEAGA ROSALES Hombre y Maestro agradecido de la vida que a través del presente libro, cuenta su existencia y obra, postrándose ante el ser supremo, el hombre, la sociedad y futuras generaciones lo califiquen en su verdadera dimensión. Entonces pareciera escuchar su hablar andino mezclándolo con el quechua materna diciéndonos: “Esta es mi vida, esta es mi obra, indudablemente no he podido cumplir todos mis anhelos, ilusiones y desvelos; no obstante aquí estoy transparente ante ustedes”.

Pues los jueces de la tierra habrán de considerar la inmensa contribución de un hombre humilde. maestro ejemplar, padre abnegado, amigo imperecedero, y ellos serán quienes digan su palabra y coloquen la nota final; estando seguros será preponderante, sobresaliente. Su familia, discípulos, amigos y todos quienes conocemos de cerca al patriarca, también le responderemos cariñosamente: ¡Gracias Maestro por sembrar en el surco portentoso la semilla milagrosa que fructificará toda la existencia! Sin embargo, Maestro, será siempre grato regarla con abundantes y permanentes lecciones y cercana amistad. Igualmente ¡La lluvia del tiempo y olor a frescos campos postreros arados los 19 de diciembre perpetúan anegando esperanza, fe y sempiterna gratitud, entre tanto, tras de nuestras casas de blanco encalichadas, fogones encendidos continúan levantando sobre queñuales, alisos y eucaliptos su humo caminante, fervoroso cual banderas de paz y eterna devoción!

Chimbote, “Puerto de Oro”, Octubre 2005

Publicado en el Semanario El Regional. Año 1, N° 07. Chimbote, 20 de noviembre 2005. Y leído en la ceremonia de presentación de sus libros en el auditorio del Hospital III EsSalud-Chimbote.

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