Thursday, June 29, 2006

ERNESTO CEDRÓN LEÓN

Víctor Hugo Alvitez Moncada / “Pisadiablo”

ERNESTO CEDRÓN LEÓN

y sus recuerdos infantiles impregnados de grandeza

Ernesto Cedrón León (1956) es maestro universitario en la especialidad de matemática y autor de textos de su rama, ha recorrido varias universidades del país y el extranjero, llegando a ejercer la vicerrectoría académica de la Universidad Nacional del Santa (UNS). En 1990 a convocatoria de otro maestro y poeta Ángel Lavalle Dios, fundamos la revista de cultura Bellamar y luego el Movimiento Cultural del mismo nombre que le dimos más de una década íntegra de nuestra fiel entrega y pasión por las letras y cultura en general desde los calcinados y floridos predios del campus universitario de la UNS. En nuestra publicación hicimos realidad muchas quimeras literarias y aportamos con cuentos y poesías. Ernesto Cedrón, orientó su pluma a desandar su existencia e idealizar con el lar, allí donde los sueños se impregnaron de grandeza y eternidad, es decir volver a la niñez y adolescencia desde sus recuerdos y añoranzas de su origen andino, arriba en Contumazá - “Nido de cóndores” (Cajamarca), tierra de Mario Florián el de los gozosos Cuentos del Tío Lino y otros destacados líridas, reconocidos científicos y artistas.

Esta vez ha creído conveniente entregar su primera reunión de relatos titulado Cuentos de mi infancia, arraigados en la inocencia, donde en algunos casos aparecerá como protagonista a pesar de su candidez infantil. Sin embargo, será quien se sorprenda –como es natural- por la naturaleza, el ambiente, el misticismo, los cuentos y tradiciones que va escuchando de personas mayores y sus ancestros, guardando para recrearlos o vivenciarlos a través de un contexto moral y ejemplar. Y es que afortunadamente existen personas que valiéndose de la literatura perennizan la memoria colectiva de un pueblo; en este caso, la tradición y continuidad literaria de Contumazá y porqué no del Perú, apareciendo por todos los linderos de su narración y poros de su existencia la ternura, amor por lo nuestro, la infancia transcurrida y el compromiso de ofrecerlos frescos y pulidos de prolijidad sin poses individualistas a las añejas y actuales generaciones.

El autor, desde los recuerdos de la infancia y ”casita” del Granero, lugar real donde nació, en la prosperidad de la siembra y la cosecha o castigada de fuertes inviernos con rayos, relámpagos, truenos y granizo en la exuberante tierra norteña, abrigando su alma a la tronera generosa del horno encendido, va narrando la naturaleza pródiga, aventuras, sueños, travesuras y juegos de la niñez al ardor de la familia y amistades. El paisaje ha quedado infinitamente impregnada en sus retinas y con inmensa devoción y emoción de un infante vuelve a relatar sucesos y aconteceres del campo y sus misterios llenos de leyenda, de los caminos andinos y cuentos populares y de la tradición oral para recrear sus personajes a la convivencia de dóciles animales como perros, cabras, corderos, vacas, caballos, venados, zorro, cuy, perdices o gusanitos hasta enfrentarse cara a cara a la serpiente y el ocasional león; con un lenguaje totalmente claro, transparente, bucólico y sencillo, el mismo del hablar diario de los pobladores de caseríos o estancias del ande, matizado de algunas palabras quechuas, tradiciones y costumbres que lozanas perviven a pesar del tiempo, la modernidad y la globalización.

Ante la gran carencia de textos de lectura orientados especialmente a la niñez y/o juventud, aparece este excelente trabajo desde los cálidos arenales costeros de Chimbote –a donde llegamos a vivir agradecidos- para servir a la educación peruana y fortalecer la identidad cultural de nuestro pueblo y como es el deseo del autor “ir subiendo cerros pareciendo acercarse a las estrellas…”. Hoy como ayer, serán los maestros reviviendo su existencia ante la falta de una política cultural de estado que oriente el verdadero designio de la niñez y juventud de nuestra patria, basada en altos principios educativos, morales y culturales. Luego de una “veda corta” o silencio desde cuando abandonamos aparentemente nuestra yunta de bueyes y arado junto a las guayungas; ahora con los pies descalzos y arremangados los pantalones, el pecho descubierto, abrazados retomamos los remos de nuestra antigua embarcación del Movimiento Cultural “Bellamar” varada en el fondeadero, volviendo hallarnos surcando el impetuoso y majestuoso mar de la vida, con las mismas redes de la esperanza y sempiternos faros del afecto. Así sea.


Puerto de Oro, noviembre 2005



En prólogo del libro: Los cuentos de mi infancia de Ernesto Cedrón León. Chimbote, 2006, por Vìctor Hugo Alvìtez.

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