Monday, February 23, 2015

INOLVIDABLES ‘BALDEADAS’ DEL CARNAVAL SANMIGUELINO / Víctor Hugo Alvítez Moncada


Carnaval Sanmiguelino

INOLVIDABLES ‘BALDEADAS’
 Crónicas de Pis@diablo

Víctor Hugo Alvítez Moncada

 
Reina del Carnaval Sanmiguelino 'Nora I' acompañada del 'paje' Atilio Canelo. Adelante Franco Romero Cruzado, presidente Comité del Carnaval, a su diestra Carlos Reyes Quiroz(+).

Aquellos últimos carnavales gozados plenamente en San Miguel son inolvidables y recuerdos perdurables, buen pretexto para volver a la tierra y gozarlos como se merecen todos los días festivos sin uno siquiera de dejarlos de jugar tanto de día como de noche. Finalmente Carnaval es la fiesta general.

Mi padre nos había puesto con mis hermanos a la ‘escuelita vacacional’ conducida por la tía Esperanza Díaz, durante enero a marzo con la finalidad de ‘no aplanar las calles” –decía. La escuelita funcionaba en el corredor de su casa empleando bancas y sillas incluso con alfombras de mobiliario, teníamos aparte el patio empedrado, el jardín y hasta el horno para divertirnos jugando ‘la pega’, ‘las chapaditas’ o las escondidas la hora del recreo. Había también un caño con bastante agua donde  tomábamos a grandes sorbos o refrescábamos luego de correrías del recreo, debajo en un antiguo perol de bronce -esos que antes freían los chicharrones- se acumulaba y rebalsaba el líquido. Un día cercano al carnaval, las chicas del barrio compañeras de dicha escuelita encabezadas por Mariela Quiroz y Milena Sánchez, seguramente acordaron darme una buena ‘baldeada’ entre todas, preparadas con baldes llenos de agua e incluso con apoyo de la joven y entusiasta maestra. En cuanto estuve distraído y cerca al caño fui acorralado y de uno y otro flanco llovieron baldadas de agua sin tener escapatoria. Intenté buscar algún recipiente para responder o quitarles a alguna de ellas pero fue imposible quedando solamente escapar de tremendo regalo carnavalesco corriendo alrededor del patio, tratando de esquivar las baldadas. Decían que yo andaba tirándoles globos en la calle, polveándolas, quitándoles sus serpentinas o arrancando sus largas ‘concertinas’ confeccionadas pacientemente y con tanto cariño atando y doblando serpentinas de colores; incluso que andaba colocándoles dentro de sus carteras y cuadernos aquellos mensajes de amor que traían impresas las cintas. Desde aquel día, no retorné jamás a la Escuelita, dedicándome todos los días al carnaval con mayor esmero e ímpetu tratando de descontarme una a una del carga montón de la escuelita, sin lograr el objetivo al no salir de sus casas o ir acompañadas de sus madres a las clases vacacionales -a puerta trancada- o desde sus balcones sonrientes esperando ‘bautizarme’ con chorreras de agua, cualquier momento.

El Sábado de Carnaval, día del ingreso de Ño Carnavalón, el animador principal de la fiesta don Franco Romero Cruzado, reunió a varios muchachos, contagió y animó con su alegría participar de la comparsa, séquito o como se llame al acompañamiento. Aquel año, nos disfrazamos en el patio del Colegio San Miguel; los más adultos botella de cañazo circulaban de mano en mano e iban pintándose el rostro con corchos quemados, hollín con manteca, caliche molido, coloretes y otros materiales de su inventiva; seleccionaban las diferentes prendas viejas con los que habían que encubrirse midiéndose sobre sus cuerpos del abultado costal de yute que don Franco distribuía entre abrigos, sacos, sombreros, blusas, faldas, zapatos, botas, corbatas, carteras, pelucas, máscaras, etc. Otros montados en burros y caballos alquilados adiestraban los animales no los vaya a tumbar en pleno recorrido. El caballo más manso prestado a un señor que vendía leña fue destinado a Ño Carnavalón en el que lo hicieron montar, aseguraron bien con sogas y riendas del mismo animal, quedando listo el armatoste del muñeco grande de estructura de carrizo forrado con papel de cemento pintado emulando terno marrón, rasgaron una tela vieja de color rojo y la amarraron al cuello emulando corbata; aseguraron bien con hilo pabilo grueso la máscara gigante que ellos mismos confeccionaban con sus consabidas técnicas y experiencia a través de moldear arcilla, secar al escaso sol, forrar con tiras de periódico y bastante engrudo de harina, luego mandar pintar con ‘sapolín’ al taller del ‘Chueco’ Martín y el Javito. La banda de músicos municipal estaba presente entreteniendo con melodías carnestolendas botella en mano, esperando salga la comparsa de disfrazados.

 
 'Carnaval macho' encabezado por Franco Romero Cruzado.

Entonces fue cuando don Franco anunció: “tú y yo solamente faltamos, vamos a vestirnos de ‘waripoleras’, aquí he separado los trajes”: unas minifaldas rosadas y zapatos de taco aguja más torcidos que cuernos de venado. No podía contradecir al señor presidente de la Comisión del Carnaval de 1968. Nos vestimos rápidamente, los demás ya estaban listos. ¡Suelten el primer cuete!, se escuchó decir: el diablo corrió adelante con temerario chicote de tres puntas correteando incautos y curiosos, tras él ‘Ño Carnavalón’ jalado del caballo por un encargado; el Soco, Arcelio, Aladino y Matías vestían de viejos y viejas encorvadas con bastones, señoritas, soldados, guardias, enanos y payasos continuaron, riendo a carcajadas de nuestro aspecto cuales monumentales y espigadas norteamericanas del Carnaval de Río de Janeiro -en nuestro caso de escandalosos cuerpos y deformes piernas blancas, siendo bien recibidos y ovacionados por el público. El diablo sin cesar ahuyentaba parroquianos a punto de correazos, sin dejarlos acercarse a los disfrazados que éramos víctima de globazos y baldazos de agua por todo lado, resultando empapados de pies a cabeza con las diminutas prendas casi desprendiéndose de nuestros cuerpos. Al finalizar  ‘la llegada’ y luego de leerse el irónico ‘mensaje’ de Ño Carnavalón que suscitó mucha atención y risa de la nutrida concurrencia por los ‘regalos’ que había traído a las personas más notables del pueblo, bajamos del balcón municipal y unimos a la ‘gran baldeada’ –así como estábamos vestidos- con todo el público presente en pozo de la pileta central en plena plaza de armas de San Miguel.

Otra ocasión, muy temprano y alrededor de una banca en la plaza fuimos reuniéndonos algunos amigos para participar del sábado de Carnaval, cuando sorpresivamente fuimos cercados por un buen grupo de muchachas con rostro y trajes totalmente pintarrajeados, regalándonos una ‘baldeada’ de dios y señor mío, hasta se llevaron nuestros baldes llenos de globos, no tuvimos tiempo de reaccionar y defendernos. Estos últimos años, son ellas quienes han asumido la iniciativa de enfrentar cara a cara la fiesta del carnaval; antes teníamos que ir a buscarlas o desde sus balcones provistos con tinas y depósitos de agua armaban el juego. Ahora en patotas, pintadas de pies a cabeza, ataviadas de baldes y globos desafían a ‘cuadrillas’ de hombres y muchachos por todas las calles de San Miguel.

El carnaval de 1997, estaba fotografiando todas las escenas de la ‘llegada’ de Ño Carnavalón desde el centro de la plaza de armas cuando de un momento a otro fui rodeado por un buen grupo de carnavaleras y sin mediar palabra alguna propinaron la mejor ‘baldeada’ que haya podido recibir en toda mi vida, con cámara fotográfica y todo; encima, con sus manos de todos los colores pasaron por mi cara, cabeza y mi cuerpo entero, quedando irreconocible pero feliz de gozar del carnaval sanmiguelino, extrañando celebrarlo todos los años,  sin olvidar, imitar o desvirtuar nuestra auténtica fiesta y tradición carnavalera, tan propia y especial, plena de amistad, recuerdos y fraternidad.

El Domingo de Carnaval, amaneció muy nublado, amenazaba el corso de la reina; uno de los volquetes de la municipalidad era arreglado como carro alegórico por el mismo  Franco Romero especialista en estas artes. A eso de las once de la mañana entre cuetes de golpe, clásicas tonadas del carnaval por banda de músicos apareció rodeada de mucha gente por las calles sanmiguelinas la sonriente y bella reina de elegante vestido azul brillante, cetro y corona, encendiendo con su hermosura la mañana, regalando besos volados a dos manos y serpentinas multicolores las que eran recogidas por niños y arremolinada gente campesina ataviada de ponchos y sombreros sin salvarse de baldazos de agua recogidos en acequias y charcos dejados por incesante lluvia. La reina resaltaba su lindeza y gracia entre ramos de flores y cartuchos, tules rojo, turquesa y amarillo; junto a ella, el ‘Paje’ un atento muchacho de elegante terno oscuro y corbata michi. De veredas y casas recibió aplausos y vítores, de ventanas y balcones pétalos de flores y serpentinas. La alegría continuó a pesar del mal tiempo recorriendo calles principales y admiración del pueblo. El corso concluyó satisfactoriamente, sin faltarnos ganas de globear a la soberana quien retornaba a su casa, alguien dio la voz: “¡A la una, dos y tres!”: lloviendo sobre ella y acompañantes feroz globeada; don Franco -escurriendo su cabeza- se puso frente a atrevida muchachada, levantó la voz, tratando de hacernos desistir. Nuestra guapa reina –cubriéndose tras él- trataba de arreglarse el peinado y sacudía el agua y ‘boquillas’ con nudos de globos impregnada en sus prendas, devolviéndonos una sonrisa plena de felicidad y amistad.  Entre tanto en casa de su majestad los potajes trascendían contagiando todo el ambiente y al cual llegaban autoridades, invitados especiales, comitiva del carnaval y familiares.

Carnavaleros sanmiguelinos ecorriendo calles sanmiguelinas: Manuel "Soco" Días Villate, Aladino Becerra, Álvaro Alvítez, Manuel Cubas, Julio Soberón, Severo Suárez, Mario Alvítez, Elmer Rosales, entre otros.  

-         En ‘Carnaval, carajo, nadie se salva’ -dijo Landuchi a viva voz.

Y toda la multitud avanzó al pozo de la pileta central de la plaza, llenaron sus baldes e inició el ‘Carnaval macho’ o ‘baldeada general’. Todos quedamos escurriendo y hasta tiritando de frío. Uno a uno fuimos retirándonos a cambiarnos de ropa en nuestras casas aunque en el trayecto desde puertas y balcones de la vecindad seguimos recibiendo baldadas de agua por muchachas que esperaban escondidas. Otras ‘cuadrillas’ remojados y pintarrajeados de negro desde la esquina de las calles Bolívar y Grau, lanzaban a viva fuerza globos marca ‘chanchito’ es decir pepas de mango acumuladas en la calle, a la gente del campo en especial quienes subían del mercado, cubriéndose con sus ponchos y sombreros.

En la noche, nos encontramos con Pichuta, quien facilitó algunas medias de nylon de mamá ‘Rosita’, llenamos con un poco de harina de pan más caliche rascado con chapas en paredes formando una bola en la punta, la llamada ‘matachola’, salimos a recorrer las calles en busca de algún ‘canchito’. Pobre aquella muchacha que había salido hacer algún mandado, la perseguíamos de su veloz huida hasta alcanzarle unas cuantas ‘matacholadas’ en cualquier parte del cuerpo, blanqueándola, escuchando de la pobre sus quejidos por los golpes y desesperación por alcanzar a carreras la puerta de su casa. “Carnaval tiene la culpa”.

El lunes, no estaba con muchas ganas de jugar al carnaval, la ropa no secaba por crudo invierno y fuerte lluvia; las acequias centrales de calles de nuestro pueblo discurrían llenas de agua invitándonos al desenfreno; desde la puerta de mi Encarnita espiaba algún ‘canchito’ esperando lanzarle globos que había llenado en el caño de mi casa y guardaba dentro de un balde blanco de pintura. Ninguna muchacha asomaba su cabeza por su balcón, salía de su casa o menos pasaba por la calle. Estaba silencio y triste el día, los amigos del barrio tampoco aparecían. Frente a tal tranquilidad, avancé en busca de alguien por la misma calle Bolívar hasta la esquina del otrora concurrido hoy desaparecido ‘Parque de los haraganes’, miré a ambos lados, ni un alma en la calle, puertas y balcones cerrados. Un tanto decepcionado empecé el retorno, cuando al pasar meditabundo la señora Marina, salió a mi encuentro, saludándolo muy atentamente, sugiriéndome  ‘baldearme’ en la acequia de enfrente con su hija Marujita Auquisa. ¡¿Cómo poder negar tan gentil invitación?! Primero la mamá, Maruja y hermana menor me quitaron el balde que portaba y con los mismos globos me tiraron, cayéndome algunos. Marujita estaba dispuesta a baldearse, sacaron un balde para ella devolviéndome vacío el mío y cada quien se posicionó de un lado de la acequia, yo me ubiqué en la parte inferior donde recogía con mayor facilidad el agua y en un santiamén Marujita lucía completamente mojada, sonriente y escurriendo sus cabellos; su madre, ordenó paremos la ‘baldeada’, ella ingresó a su casa dejando un camino de agua; yo, igualmente empapado con balde vacío sobre mi cabeza enrumbé en búsqueda de prendas secas para cambiarme.

-         ¡Has de venir por la tardecita pa’que se negreen! Alcancé escuchar a doña Marina, siguiendo mis adormecidos pasos.

 Carnaval sanmiguelino de antaño.

El Martes de Carnaval, temprano, igualmente día encapotado, paseaba tranquilo y contento por  buenas ‘baldeadas’ de días anteriores. De enfrente me llamó la Filo o doña Filomena Díaz Chacón, -mamá del ‘Diablo Chueco Martín’ y el ‘Pichuta’-  estaba en la puerta vendiendo chicha, diciéndome: “Quiero que seamos compadres”. Nos dimos la mano y sellamos con un fuerte abrazo aquel compadrazgo, sacó un cántaro de chicha tomando alegres dos vasos cada uno. Desde ese día, durante su vida y la eternidad, seguimos siendo ‘compadres’ como muchas personas de nuestro pueblo que conservan gran amistad y cariño que brinda por siempre la fiesta del Carnaval sanmiguelino. Hasta ese feliz momento no se vislumbraba ‘baldeada’ alguna, todo era tranquilidad. ¡Hasta luego, comadrita!, salí diciéndole parándome en la esquina de la casa. Vi aparecer a Camuchita Jota en la puerta de su tienda, fui tras mi balde, salí corriendo por otra puerta –ella barría distraída la vereda- sorprendiéndola con un buen baldazo de agua, dejándolo escurriendo, petrificada ¡Qué pue´te pasó, hija!, dijo doña Consuelo. ¡Ya estás toda mojada, ‘baldéate de una vez’, llamándome insistente. Empozamos la acequia con unas piedras y das das nos agarramos a baldazo limpio. Los dos estábamos ahora nuevamente sacudiéndonos de frío y gratificados del Carnaval, contentos, éramos buenos vecinos y amigos. Doña Consuelo, echó unas cuantas mangos rojos de Platanar y manzanas en mi balde, retirándome chorreando; agradecido.

La noche lucía entristecida y oscura, amenazaba llover, la ‘cuadrilla’ de la Plaza, dimos algunas vueltas por las calles sin poder ‘blanquear’ ningún ‘cachuelito’ con nuestro polvo olorizado comprado en don José Castañeda, se hacía masa en nuestras manos empuñadas, otros andaban su bolsa de harina de pan. Sin conseguir nada, decidimos despojarnos del talco y sentarnos a jugar el cush cush en una de las esquinas. Entón, de la misa salían las beatas y tras ellas sus hijas nuestras amigas y vecinas Carmencita de doña Fisha y Zaira de doña Jeshu, venían solitas,  confiadas. ¡Dos ‘canchitos’!, -anunciaron Bedoya y Pedro Apra- y sentados como estábamos entretenidos al juego, disimuladamente desatamos las bolsas de harina y  ‘matacholas’, nos levantamos al unísono y las cercamos, empolvándolas totalmente con cabellos y todo enredados más unos cuantos golpes de ‘matachola’ por brazos y espaldas hasta hacerlas llegar a sus puertas:

-         ¡Mamá Jeshu…, mamá Fisha…, vengan… vangan a defendernos… esos ‘cholos’ nos han acabau de blanquear! 

Ante tales gritos de angustia y respeto a nuestras buenas vecinas mayores,  corrimos  escondernos tras la camioneta de don Arístides Ortega y camión de don Shingo bravo, hasta donde se dejaban escuchar sollozas de las afectadas y su cantaleta:

-         “¡Esos ‘cholos’ sonnn…, esos ‘cholos’ de ña Rosita, buaaauu…; esos ‘cholos’… esos ‘cholos’ de ña Aurorita…, buaaauu…; esos ‘cholos’ de ña Glorita… buaaauu…, buaauuuuu…., esos ‘cholos’ sonnnn…, buauu…, buauu…, buauuuuu…!”

¡Está bueno el carnaval, ahora sí se arregló, carajo! “Y calabaza, calabaza cada uno a su casa”. Cada quien marchó a su domicilio, ofreciendo antes vernos al siguiente día y continuar la diablura. Eché manos al bolsillo enrumbando a casa desprevenidamente, tratando de silbar esa pegajosa tonada: “Carnaval, carnaval / alegría sin igual / todos gozan en el carnaval / en el carnaval.”, de repente desde una ventana sorpresivamente fui empapado íntegramente por el chorro de un baldazo de agua fría, dejándome paralizado; eran las hermanas Elena y Rosario Villanueva quienes también fueron reinas del carnaval sanmiguelino, al fin lograban  descontarse de buenos globazos y acertada puntería. Nunca antes me habían ‘baldeado’ de noche: “¡Quien busca, encuentra!”, reza el refrán; ‘así es el carnaval / para quien lo sabe jugar’. Busqué cualquier ropa para cambiarme, encima me puse un impermeable de mi papá y corrí abrigarme muy cerca a la tronera del horno donde mi mamá y hermanas estaban en pleno amasijo del carnaval, escuchando de labios de mi madre:

-         ¡Jesús, María y José…, este muchacho no deja de jugar carnaval de día ni de noche!... ¡Encomiéndalo Encarnita al Niño de Atoche, no se vaya enfermar!

Hoy Miércoles de Ceniza, fallece Ño Carnavalón y están velando sus restos frente a la puerta de la municipalidad de San Miguel, le han puesto varios ramos de flores arrancadas en jardines de la plaza, la gente va y viene, se acercan al féretro, algunos prenden velas. Allí está en su cajón mortuorio el viejo Carnavalón con un saco gris y pantalón beige rellenos de viruta con su máscara y brazos cruzados –todo un difunto- por un lado de la caja cuelga uno de sus botines viejos amarrados con cabuya en vez de pasadores. Llega don Franco Cruzado, conversa con varios muchachos quienes volverán a disfrazarse de viudas, viejos y viejas, cura, niños huérfanos, etc., todos aceptan la propuesta, tiene escrito el ‘testamento’ de Ño Carnavalón que en horas de la tarde y antes del ‘sepelio’ será leído por alto parlante desde balcón municipal. Nuevamente autoridades, jueces, policías, funcionarios y cualquier vecino será mencionado con su nombre o apodo para recibir alguna ‘herencia’ consistente en bienes, propiedades, cargos públicos, pertenencias, mujeres, etc. de quien en vida fue el Rey Momo de acuerdo a la actividad, costumbre o características de cada ‘beneficiado’. Franco Cruzado, acercándose a mí nuevamente ordena: “Tú vas a ser el cura”… Y dicho y hecho, desde las dos de la tarde nos esperaba dentro del municipio con costal de disfraces, me alcanza una sotana negra, pesada y muy antigua. “Colócate, ya sabes los ‘responsos’ se hacen en cada esquina rezando poco a poco el padre nuestro o ave maría, con voz pausada y ronca imitando al cura Cachay y terminas con un fuerte Dóminus vobiscum, Aménnnnn. Allí se amontonan vecinos, escoges el nombre de uno de los más viejos  y pides al difunto Carnavalón lo recoja de este mundo y acompañe en su sueño eterno”. El cortejo fúnebre concluyó entre chillidos y desmayos de ‘viudas, entenados y responsos’, escoltado de banda de músicos llegando a un costado del panteón donde fue quemado el cuerpo del infortunado. Los responsos no gustaron a algunos vecinos quienes dejaron de hablarme algún tiempo, contándole a Franco Romero, quien riéndose a carcajadas respondió : ‘por eso no quiero salir de cura, no te preocupes, ya les pasará Carnaval tiene la culpa’.

Ese día, como era el entierro no se juega con agua, las damitas reaparecieron en las calles luego de algunos días de encierro y gentilmente acompañan el sepelio de Ño Carnavalón, aunque asustadizas de las llorosas ‘viudas’ quienes a propósito se desmayan una y otra vez debajo de ellas; algunos muchachos llevaban globos y baldes llenos de agua, durante todo el camino recibíamos globazos y baldazos que en mi caso rebotaban sobre la sotana o llenaban de agua los amplios bolsillos. El ‘cura’ resultó siendo el punto de los carnavaleros, resultando con sotana y todo, totalmente empapado y ‘baldeado’ enjugando todos sus ‘pecados’ del carnaval sanmiguelino.

En pleno Carnaval y como de costumbre fuimos al río a bañarnos, unas muchachas lavaban sus prendas de vestir a la orilla del río en grandes tinas de hojalata escobillándolas sobre una tabla. De repente acordamos ir a darles su buena ‘baldeada’ con recipientes llenos de agua, sorprendiéndolas sentadas que ni tiempo tuvieron de escapar, remojándolas en el acto y volviendo a meternos a nadar en la poza del río para evitar nos alcancen y echen agua. Ellas seguían lavando sentadas, bien mojadas, nadie habíamos imaginado que al retirarnos de las corrientes del río e ir en búsqueda de nuestras ropas dejadas escondidas entre cercos, las encontraríamos totalmente mojadas con agua jabonosa como para identificarlas quienes eran las culpables, por eso era que de lejos nos miraban sonrientes sin desafiarnos a darnos una ‘baldeada’ en pleno río; no fue necesario.

El Carnaval, estaba concluyendo, nadie jugaba con agua, la gente se aprestaba a ‘parar’ unshas en plaza de armas, esquinas de sus casas o cerca a ellas. Nuestra calle Bolívar lucía la mejor, atractiva e imponente unsha impulsada por doña Delma. Luego de vestirla con abundantes regalos como todos los años, el baile inició en el segundo piso de su casa, familiares habían llegado desde Lima. La alegría del Carnaval era desbordante y no tenía fin, abajo desde la vereda de enfrente Miguel Patito Lingán, Coche Aladino, Shalito Sánchez, Botonshá y otros vecinos parados en la esquina tiraban globos a las muchachas cuando salían al balcón u otros personas que pasaban. A punto de seis de la tarde cuando la lluvia arreciaba bajaron los carnavaleros a seguir bailando alrededor de la unsha e iniciar los hachazos turnándose alrededor de la unsha, la gente continuaba llegando arremolinándose al árbol cargado de valiosos regalos, la globeada no paraba; hasta que al fin se vino al suelo con su pesado tronco y coposas ramas, la gente se aventó sobre ella a coger algún apetitoso presente, sin contar que desde el balcón de la entusiasta organizadora, llovían sin cesar baldazos de agua sobre los maltrechos unsheros resultando nuevamente ‘baldeados’ de cuerpo entero, más la lluvia, llegando nuevamente a casa goteando, esperando prenda el motor don Humberto Pérez y llevar mis trapos a secar en el ventilador de la vieja y única máquina de electricidad del pueblo.

Ese sucede aunque sea por ganarse un abanico o alguito siquiera, otros retornaban lamentándose con un plátano chancado, una lima o un bizcocho, aunque bien remojados sus ponchos y sombreros. Nuestro Carnaval siempre fue, incomparable, retomemos su verdadera originalidad, promoviéndolo, conservándolo, defendiéndolo, como cantaba el más grande de los copleros sanmiguelinos, nuestro querido y recordado Manuel “Soco” Díaz Villate:

“Manuel Prado decretó
que no hubiera Carnaval,
San Miguel le contestó
cállate viejo animal”.

“Nación de Pisadiablos”, Miércoles de Ceniza, 18 de febrero del 2015

 Carnavaleros de hoy.

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