Sunday, April 29, 2012

CULTORES, DIABLOS, VIUDAS Y OTROS RECUERDOS DEL CARNAVAL SANMIGUELINO / Víctor Hugo Alvítez Moncada


Víctor Hugo Alvítez Moncada

CULTORES, DIABLOS, VIUDAS Y OTROS RECUERDOS
DEL CARNAVAL SANMIGUELINO

Franco Romero Cruzado en entusiasta celebración del Carnaval Sanmiguelno. Foto cortesía: Jéssica Romero.

“Que bonito es San Miguel
con sus calles y avenidas,
con sus muchachas bonitas
y sus viejas juzga vidas”.

I

El Carnaval es una fiesta tradicional esperada con mucha expectativa en nuestra ciudad y territorio sanmiguelino, planificándolo merecidamente con participación de nuestros distritos y caseríos podríamos proponer  incorporar en calendario turístico de Cajamarca o nacional. Carnaval goza de muchos adeptos constituyendo una verdadera fiesta popular. En esta crónica, real e imaginaria a la vez, tratando de recrear y/o acercar recuerdos de décadas ’70 y ’80 del siglo pasado, perennizando costumbres y personas de este tiempo y nuestra tierra, especialmente en un recorrido carnavalero por calles sanmiguelinas.

Cada tiempo, cada época, cada uno de nosotros hemos vivido a cabalidad y fervientemente esta celebración de la ‘carne’, trayéndonos a la memoria muchos recuerdos. San Miguel se viste de alegría para recibir a su majestad el “Rey Momo” o “Ño Carnavalón” y así dar rienda suelta a algarabía y diversión durante largos días.

“¡Carnaval, carnaval!
es el grito general;
¡carnaval, carnaval!
de alegría sin igual”.

Siempre fue costumbre designar una Comisión encargada de impulsar la fiesta carnestolendas con apoyo de la municipalidad, a cargo de entusiastas parroquianos dispuestos al juego, sátira, humor y alegría general, o cuando arreciaba la indiferencia, igual se formaba, designaba o hasta auto denominaba dicha comisión con ánimo de continuar la festividad. Por eso será la entonación de aquella antigua, pegajosa e inolvidable canción de ésta y anterior estrofa de Filomeno Ormeño del carnaval limeño inspirada por la década ’40 identificándonos plenamente, sonaba a cuatro vientos y danzaban sin parar:

“Todos a reír y a gozar
todos a gozar del carnaval;
mascarita, vamos a danzar
con ritmo triunfal”.

El Sábado de Carnaval, día principal, llegaba Ño Carnavalón –como hasta ahora- acompañado de séquito o comitiva de disfrazados, conformado de: diablo, mujeres, bailarinas, policías, beodos, chalanes a caballo, cura, waripoleras, parejas de novios, payasos, enanos, ancianos, etc. aludiendo autoridades, políticos u otra laya de conocidos personajes caricaturizándolos o ridiculizándolos por malas acciones o falta de valores generalmente. Estos últimos años se han incorporado comparsas, patrullas, concurso de coplas al puro estilo Carnaval de Cajamarca, postergando nuestra innata manifestación. Inolvidables son los carnavalones con máscaras gigantescas representativas de dicho personaje portadas delante del séquito por don Julio Soberón o Manuel Carrascal, entro otros fornidos personajes. Las máscaras eran preparadas por los mismos muchachos en base a moldes de barro o arcilla, luego papel periódico, engrupo y luego pintado; aquí recordamos a don Amaximandro, un anciano artista que confeccionaba máscaras pintadas de acuerdo a la ocasión. Para entonces, los muchachos con nuestros ahorros de real en real, juntábamos para comprar nuestra ‘gruesa de globos’ marca ‘Payaso’ en principales tiendas del pueblo y pasar felices el carnaval.

La comitiva ingresaba triunfalmente acompañada de antigua banda de músicos municipal de los recordados Maestros Juan Montenegro, Adriano Alcántara, Ángel Cotrina, Pedro Quiroz, Napoleón Becerra y otros; cohetes y multitud de curiosos. Iniciaba desde la casa del señor Próspero Gálvez, a la que nombraban “infiernillo” porque curiosa y amicalmente al conocido propietario y entusiasta maestro de sastrería mal llamaban “Don Sata”, contrariamente desde allí también inicia la fiesta patronal, primera novena, velación y procesión del Arcángel San Miguel, patrono del pueblo rumbo a la iglesia matriz, con devoción de toda la familia Gálvez Quiroz; de cuya imagen pisando un diablo proviene nuestra consabido y sonado apelativo de ‘Pisadiablos’. Otras veces prestaba su domicilio doña Mavila Goicochea y hasta el patio del Colegio San Miguel, sirvieron para disfrazarse y prepararse para la ‘llegada’ del esperado acompañamiento. Tras ella, la banda musical con su animado:

“Mañana mato mi coche silulo
no te he dar mi copocho silulo
porque tengo un desafío silulo
el martes de carnaval silulo”.

Continuaba la bulliciosa llegada de “Ño Carnavalón” por jirones: Nicolás Saravia, Alfonso Ugarte, Dos de Mayo, Plaza de Armas, Simón Bolívar, etc, hasta instalarse en balcones del palacio municipal desde donde se leía el acostumbrado ‘Mensaje’, que era muy humorístico y ello convocaba a la población escucharlo apostada alrededor de plaza de armas:

“A mi Carmelo ‘gato revolca’o en ceniza’, a mi Chalaco ‘poncho plancha’o; a mi patito Lingán ‘cabeza de mango injerto’, a mi Pascual ‘cabeza de alverjón reventao’…, les traigo tales cosas…, y así por el estilo, arrancando risas de asistentes, siempre con respeto y nunca llegando al insulto. Aunque un año de éstos, el mensaje de Ño Carnavalón tan solo por declarar “Guardias Civiles del año” de seguro por sus ‘altos méritos’ a los conocidos guardias Gil y Carrión, éstos montaron en cólera, esperaron concluya la lectura del mismo, deteniendo y llevando preso hasta el ‘calabozo’ al presidente de la fiesta, nuestro querido Franco Romero Cruzado; indignando al pueblo, fue tras él protestando fuertemente frente a la comisaría hasta su inmediata liberación.

El sábado de carnaval siempre fue un día movido, divertido juego con agua y alegría desbordante. La gente, los músicos  iban preparados con ropa vieja o usada para participar de la diversión, ser mojados íntegramente, talqueados y pintados o embetunados rostros y cuerpo. Todos portaban baldes y globos inflados con agua y largas jeringas de lata confeccionadas por don Ananías Huerta, que a su paso lanzaban a damitas dispuestas apostadas en balcones y puertas de sus casas –muchas veces tras sus madres o abuelas, a quienes había que respetarlas- y al menor descuido dejarlas escurriendo e invitarlas a darse una buena ‘baldeada’ al canto de la acequia, en caños, tinas o peroles llenos de agua en patios de sus casas o citarlas al río para un buen fin de carnaval, luego ‘negrearlas’ con hollín de ollas mezclado con manteca de chancho que nunca faltaban en cocinas, o betún, dejando notar solamente la blancura de dientes y ojos de ambos contrincantes.

II

El principal e inolvidable promotor de esta celebración durante las décadas ‘70 y ‘80, fue sin duda alguna don Franco Augusto Romero Cruzado, hombre joven de contagiante alegría, insuperable empeño y pura exaltación para con esta fiesta. Era él quien iba anunciando la proximidad del carnaval; acercábase al municipio buscando el apoyo económico y designación de una comisión;  guardaba año a año el costal repleto de disfraces, ropa usada, máscaras, zapatos viejos y torcidos, carteras; maquillaje, etc., para vestir a comitiva de carnavaleros; era quien convocaba y convencía a disfrazarse previa invitación de una botella de aguardiente; hablaba con vecinos presten sus casas para alistarse. Era él, quien daba el ejemplo disfrazándose de bailarina o waripolera de breves trajes dando risa sus piernas completamente blancas, labios pintados de rojo y otros detalles en la llegada de Ño Carnavalón, o reaparecer de ‘cura’ con similar atuendo y sendos responsos el día del entierro. Era él quien coordinaba la comisión para escribir los jocosos textos del mensaje y testamente llenos de bromas y carente de insultos;  elegía reinas convenciendo a padres de guapas muchachas, preparaba carros y corsos alegóricos y bailes infantil y central de carnaval. Su imperecedera obstinación continúa iluminando la feliz realización de esta larga tradición sanmiguelina. Desde el espacio celestial, seguramente ha de gozar plenamente, reviviendo su vida terrenal, alborozada de interminable fe, regocijo, ejemplo, amistad, esperanza y fraternidad.

III
Uno de los ‘diablos’ que caracterizó la década ’70, fue sin duda Martín Rojas Díaz o Chueco Martín, llamado así por tener piernas torcidas o arqueadas fácilmente reconocible dentro de aquel disfraz rojo candela de diablo que portaba cubriéndolo de cabeza a pies, con larga cola y máscara de dos grandes cachos, es decir todo el atuendo de verdadero demonio. Era el más temido por la muchachada, porque los correteaba hasta alcanzarlos y propinarles buena latigueadera con rebenque o trenzado de tres puntas que portaba en alto. No había nadie que podía escapar de recibir su merecida tanda –esa era su labor y atracción festiva- imprimía velocidad en caza de ocasionales víctimas; incansable, entonces con todas las energías de su juventud y deportista a la par. Pasado ese día, Chueco Martín dejaba colgado en un cacho del balcón de su casa, la máscara que portaba, llenándoles de temor a algunos niños de entonces del jirón Bolívar y otros, impidiéndolos salir, sino pregúntenles al Agucho, al Guicha, al Alfonso Cachito y demás asustadizos. Al parecer, ya no han surgido ‘diablos’ de esta estirpe: correlones, incansables, fieles cumplidores de su función desaparecidos en brasas del tiempo, ejemplo y ponderación.

IV

Entre las ‘Viudas’ más populares de estos tiempos destacamos la representación de dicho personaje por Manuel Carrascal Herrera, en especial el Miércoles de Ceniza, cuando muere Ño Carnavalón y es velado en puerta principal de municipalidad en plena plaza de armas, hasta cuyo féretro llegaban sin número de ‘ofrendas florales’ de geranios rojos, hortensias y otras ramas y flores silvestres con ‘tarjetas de pésame’ incluidas, enviadas supuestamente por sus mujeres, concubinas, viudas, hijos; entenados, amigos, etc. del difunto Rey Momo.

En el velatorio la ‘viuda, viudas –hombres disfrazados de mujer, hijastros’ presentes, rigurosamente vestidos de negro, daban fuertes lloriqueos, montaban sobre el féretro resistiéndose quedar en orfandad, se desmayan escandalosamente una y otra vez tiradas al suelo con piernas temblando en alto, se disputaban a golpes y jaloneos de pelo el cadáver del otrora esposo mujeriego, poderoso y potentado personaje.

Cuando el cortejo fúnebre iba en hombros de sus deudos rumbo al cementerio –semejando un entierro real- delante iban viudas en desconsolantes llantos, hablando lisura y media sobre el mal comportamiento del finado ‘marido’ que fuera en vida, impidiendo las máscaras colocadas descifrar claramente los textos, pero imaginamos floridos lenguajes de estas afligidas ‘esposas, madres o concubinas’ hoy viudas desamparadas a su suerte, luciendo algunas incluso avanzados estados de gestación, que al paso del cortejo no dejaban de gimotear y desahogarse implorando por sus múltiples criaturas y abandono en el que quedaban; desfalleciendo mil veces, en brazos de fornidos muchachos, borrachitos, o en especial bajo las faldas y piernas de damitas acompañantes que al ver tan desesperantes escenas de ‘dolor’, huían despavoridas de esas ‘viejas viudas’ malcriadas, chismosas, juzga vidas, a protegerse dentro los chales y pañolones de sus madres. Seguramente a esta ‘viuda’ hasta ahora le han de doler sus costillas cuando al desmayarse en tienda de doña Aurora Malca, ésta le propinó merecida golpiza agarrándolo a punta de sillazos hasta desarmarse el mueble, huyendo la pobre viuda sobándose los golpes y no desmayarse jamás en casa de la aludida señora, ni siquiera frente a su puerta.

“Silulito,siluló
ya llegó el carnavalón,
y en la puerta del panteón
se cayó su pantalón”.

Delante del cortejo fúnebre iba el ‘cura’, recordando en este papel la acertada presencia y entusiasmo de Franco Augusto Romero Cruzado, ofreciendo responsos en todas las esquinas a antigua usanza sanmiguelina. En dichos responsos ‘oraba’ por el alma del ‘desgraciado pidiendo vaya directo al purgatorio’, junto a la de vecinos mayores apostados en puertas o esquinas cercanos a este acto, quienes sorprendidos escuchaban requiriendo sus nombres los ‘recoja y lleve’ junto a Ño Carnavalón, al ‘descanso eterno’. Napoleón Becerra, al bombo de la banda municipal, no pudo resistir la carcajada cuando el ‘cura’ brindaba responso frente a Santitos Chimbalcao, quien parado en su puerta atento y risueño escuchaba el comprometedor y sugerente responsorio. Napito, distraído se metió a acequia cayendo sobre el bombo, al percatarse los demás músicos que no avanzaba pero sí le daba con mayor fuerza al instrumento, tuvieron que retroceder en su auxilio y levantarlo, tenían que cumplir hasta el final del entierro como establecía el contrato, continuando riéndose a carcajadas y expresando: “lo jodió, lo jodió, a Santitos Chimba”. Jajajajjajajayyy…

El cortejo fúnebre concluyó tras el panteón quemando el muñeco relleno de viruta, dentro de últimos ahogamientos y desvanecimientos de infinitos  deudos, concubinas, viudas y entenados, quienes luego procedieron a ‘secar sus lágrimas’, cambiarse de ropas y volver a la realidad reflexionando sobre bondades del carnaval, la vida y la muerte; entre tanto, la banda de músicos ofreció alegre marinera, concluyendo el acto. Dolientes y no dolientes retornaron entristecidos y pensativos en grupos, los últimos, de paso dejaron el ataúd a medio pintar y sin tapa en carpintería de don Artidoro Quiroz, frente a antiguo camal donde vivía, prestado sin autorización por el menor de sus hijos Efraín Shequihue. Todos se aprestaron seguir bailando, tomar copas y tumbar unshas por esquinas de los barrios bullangueros sanmiguelinos.

“Todas las mujeres tienen
en su pecho dos limones,
dos cuartitas más abajo
fábrica de hacer muchachos”

V

El día domingo destinado al paseo o corso de reina o reinas por principales calles y ante el asombro de su belleza, algunos no resistían la tentación de ‘globearla’ malogrando su elegante vestimenta ante protesta de otros que pedían  respeto para su majestad e incluso estaban listos a liarse a golpes. Allí estaban rodeando y protegiendo la alegoría, miembros natos de vehemente comisión: Franco Romero y tras él Manuel Díaz Villate, al hombro varias docenas de cohetes de golpe haciendo reventar por los aires durante el recorrido, acompañado de la banda de músicos. El juego con agua campeaba por las calles. Después vendrían los bailongos y agasajos en sus casas por parte de la familia de nuestras bellezas representantes del carnaval sanmiguelino, hecho que merecerá capítulo especial.

Desde parte alta de esquina formada por calles Grau y Bolívar, se lanzaba una ‘globeada feroz’ a toda la gente que subía y bajaba del mercado, en su mayoría hombres y mujeres campesinos de ponchos y sombreros. Aquel domingo, no pudo escaparse ‘un canchito’ –como llamábamos  a personas distraídas o expuestas al juego- una chica buenamoza que había retornado de la costa bien a la moda y a pesar intentar esconderse bajo el poncho de celoso padre, la rodeamos y con progenitor y todo empapamos su esbelto cuerpo. Mientras amenazaba y sacudía el grueso poncho su taita, en estampida desaparecimos de la escena con nuestros baldes vacíos. Las señoras Elisa Rojas Caballero y Gloria Moncada, quienes presenciaron el acto, recomendaban no mojar a la gente del campo -pobrecitos, sus ropas se secarán sobre sus cuerpos- dijeron. ¡No los mojen! Por las noches, Jorge Pichuta, recorría calles provisto de una media de mujer llena de harina de pan y restos de caliche que rascaba con una chapa en blanqueadas paredes, formando un bulto duro en la punta, lanzando golpes tirados de la otra punta a lo lejos, haciéndolos pujar de dolor a muchachas o muchachos que cruzaban su camino.

VI

El martes de carnaval, se llamaba ‘Carnaval macho’, es decir, todos contra todos los hombres a baldazo limpio se daban buena remojada, previa llenada del pozo de pileta en plaza de armas. Nadie quedaba seco, las baldeadas continuaban con vecinas y amistades, jugándose todo el día.

Un año de aquellos, por la tarde, apareció por el jirón Bolívar una comparsa o delegación de amigos con rostros pintados de negro o blanco, multicolores serpentinas enrolladas al cuello, con ropas semi mojadas a punto de secar, botella de aguardiente en mano; tocando sus instrumentos musicales y entonando clásicas coplas del cantar sanmiguelino:

“Que bonita muchachita
quien será su enamora’o,
yo quisiera conocerlo
pa’ matalo al desgracia’o”.

Habían estado libando unas copas por carnaval o tal vez ‘abriendo apetito’ en tienda de don Leonidas Romero, muy alegremente; cuando al menor descuido aparecieron por ambas puertas del negocio de la esquina: Delma Romero, Susana Quiroz, Socorro Becerra, Anita y Milena Sánchez, Carmen Penas. entre otras decididas vecinas, cogiéndolos desprevenidos a  carnavaleros regalándoles una buena baldeada con agua y negreada con hollín y manteca, de padre y señor mío. Allí estaban: Manuel ‘Soco’ Díaz Villate, Arcelio Sánchez, Enrique Cruzado y Nilo Verástegui con voces inconfundibles y gestos alegres; Julio Soberón Sánchez, al saxofón; Manuel Cubas Quiroz ‘Cubitas’ al acordeón; Ángel Medina, Glober Sanjinés y Emeldo Sánchez, con afinadas guitarras; Severo Suárez, al violín; Rafael Tello, mandolina y Aladino Becerra, wiro; Armando Monsefú, Lucho Díaz, Gonzalo Sánchez Célis, Eduardo Huangal, más otros acompañantes que se incorporaron como los señores: Galvarino Hernández, Demetrio Ramírez, Mario y José Romero y Miguel Lingán Castro, en iguales condiciones de mojados el cuerpo y pintados el rostro.

El primer grupo de estos apasionados personajes decidieron abordar las calles animando el carnaval sanmiguelino, cantando coplas, visitando vecinos y tiendas comerciales, libando tragos por la amistad al son del clásico son:

“Que bonito es San Miguel
con sus calles y avenidas,
con sus muchachas bonitas
y sus viejas juzga vidas”.

Y otras coplas del ingenio creador popular, ofreciendo picarescos cantos de puerta en puerta, de tienda en tienda, donde eran acogidos y atendidos con amistad y cariño, sendos tragos de cerveza, cinzano o aguardiente. Hicieron su primera parada en casas de don Gonzalo Sánchez, Ismael Cruzado y Martín Célis, saludaron a los señores Aurelio Alcántara, Javier Lingán  y Benjamín Bravo, quien junto a su esposa Rosita, ordenaron a Filomena y Pola, brinden la mejor chicha preparada especialmente para la ocasión. De allí, esperaban los señores Alipio Cruzado, Miguel Murga y el Capitán Zamora –la esquina fue estremecida una y otra vez con risotadas del contento militar al escuchar las irónicas canciones. El bullicio iba en aumento, llegando a tienda de don Hermógenes Díaz, ofreció un buen macerado de cascarilla en cañazo cruceño; con ellos juntaron a su hijo Jorge César;  siguieron frente a la cárcel pública saludando al alcaide señor Vicente Sánchez y dos guardias civiles, con quienes brindaron brevemente; ingresando a plaza de armas donde el Maestro Abdón Saravia, salió al encuentro, con  Jesús Rabanal, Alberto Ríos y Juan Malca Cavero, desde interior de tienda de don Alejandro Jayancano,  ofreciéndoles unas cervezas:

“Una vieja se orinó
en la gorra de un teniente,
el teniente lo tomó
creyendo que era aguardiente”.

Alargaron su rumbo cantando coplas a doña Aurora Malca, quien sonriente lanzó serpentinas desde uno de sus balcones. Un poco más allá las voces y guitarras de Benjamín y Rodrigo Malca, entonaban alegres canciones en casa del anfitrión Eduardo Goicochea, junto a Luis Mendoza, Enrique Quispe y Tomás Quiroz; desde donde apareció el cura Cabanillas con quienes coordinaba parar una unsha al costado de la iglesia, invitándoles a departir la alegría:

“Manuel Prado decretó
que no hubiera carnaval,
San Miguel le contestó
cállate viejo animal”.

Los carnavaleros alcanzaron tienda de Alberto Quiroz, donde esperaban con varias botellas de diferentes licores los señores: Abdón Barrantes, Armando Cubas, Miguel Cubas, Abel Díaz, Gerardo Castañeda, Elmer Rodas Tecito, entre otros; hasta donde llegaron también Pedro Currito Novoa y doctor José Urcia;  arremolinándose gran cantidad de muchachos que al menor descuido arranchaban serpentinas del cuello de Soco y demás integrantes de la comparsa, envolviéndolos cuidadosamente guardándolos en bolsillos para sus ‘concertinas’. Aquí con gran algarabía cantaron haciéndolos sonreír y sonrojar por picardía de coplas; despidiéndose felices a saludar y brindar por Carnaval con vecinos de calle 2 de Mayo: Carmen Quiroz, Carlos Oliva, Juan Gamarra y ex alcalde Luis Malca Alvarado. Entre tanto, Arcelio Sánchez, tras la comitiva, reventaba cohetes de arranque proporcionados por don Alberto. Desde la otra esquina apostada en puertas de tienda de don Carlos Reyes Illescas, escuchaban y gozaban a plenitud las ocurrencias del carnaval los señores: Enrique Alvarado, Antero y Miguel Yépez, César Esquerre, César Linares y Casiano Castañeda; Marcos Guzmán; Arístides Ortega y César Larrea observaban desde puertas de sus casas:

“Todas las mujeres tienen
en su pecho dos limones,
dos cuartitas más abajo
la cueva de los leones”

Al escuchar el bullicio, salieron al encuentro en plena esquina los señores: Vitalicio Yeckle junto a sus hijos: Marcelo, Vitalicio y Juan; más los señores Marcial Gutiérrez, Virgilio Cubas, Alfonso Goicochea, Raúl Torres, Juan Alvites y Carlos Cruzado, para compartir unos tragos con multitud de carnavaleros. Avanzaron saludando esmeradamente a las señoritas Lingán, quienes retribuyeron con sonrisas y aplausos. Agradecidos llegaron al estudio fotográfico del señor Carmelo Alcántara quien tenía destapadas botellas de licor, brindaron por la amistad, cantaron coplas, uniéndolo a comitiva a su acompañante el Cabo Lucho; adelantaron hasta don Alberto Cubas, tomaron con él y sus vecinos Eusebio Vásquez y Marcial Vásquez, saludaron a la señora Filomena Vera quien miraba sonriente sentada en puerta de su casa, y luego visitaron tienda del señor Julio Vásquez Barrantes, acercándose a saludar Alcides Cubas, Víctor Bardales, Juan Mendoza Rojas, Aníbal Páucar, Héctor y Abraham Vásquez. Entre copla y trago, arribaron al barrio Zaña visitando a José Bartolo, Alejandro Deza y alcalde Telmo Quiroz, donde departieron buen momento junto al notario Luis Miranda. Pasaron a Nieves Gálvez, Carlos Sánchez, Alejandro Gálvez: rumbo a Domingo Bardales, Julio Quiroz; finalizando agotadora travesía en parte alta del populoso barrio en tiendas de don Nelson Serrano y Zenón Lozano; con gargantas enronquecidas, embriagados; decidiendo retornar  abrazados entre ellos o apoyándose de paredes o amigos en mejores condiciones ecuánimes, cuando la noche cubría con manto lúgubre y bombillas de luz  palidecían ante ennegrecida noche. A lo lejos y entre cortado tenuemente dejábase escuchar:

“Una vieja se orinó
en la gorra de un teniente,
el teniente lo tomó
creyendo que era aguardiente”.


El jueves de Carnaval, se celebraba el ‘Día de Compadres’. Es decir, las personas de común acuerdo sellaban o ratificaban su amistad valedera dándose la mano y con solo palabra de aceptación el compadrazgo, desde ese día y de manera perpetua se trataban de ‘compadres o comadres’ con afecto y cariño que la seria ceremonia había conferido.


VII

Luego del entierro del Rey Momo, el carnaval continuaba ‘parada de unshas’ en grandes árboles de aliso, en esquinas de uno u otro barrio, siendo aquellos tiempos la unsha más popular y conocida la que hacía realidad Delma Romero y familia en plena esquina de su casa. Atractivo árbol por la diversidad y seductores objetos con la que estaba ‘vestido’. Luego de bailar en su casa, ‘baldearse’ con todos los concurrentes generalmente familiares y amigos, a punto de cinco de la tarde, con participación de banda de músicos y enorme gentío, se congregaban alrededor del árbol, continuaban bailando y hacha en mano, cada quien daba un corte al tronco, la rueda continuaba hasta que poco a poco iba debilitándose tamaño aliso. La multitud iba alistándose para arrojarse sobre valiosos objetos como baldes de plástico, canastas, abanicos, pañuelos, frutas, sorpresas, etc, Hasta que la unsha cedía cayendo abruptamente, la gente desesperada cogían todo lo que les era posible alrededor de las inmensas ramas; entre tanto, desde los balcones de la indicada anfitriona llovían baldes de agua sobre los unsheros resultando totalmente bañados de pies a cabeza, pero con la alegría de haber conseguido algún presente. Las amistades continuaban bailando hasta las últimas consecuencias. Unshas aquellas que no se han vuelto a repetir.

VIII

La ‘Octava de Carnaval’ o domingo posterior a la fiesta, era conocido como ‘Día de las viejas’, cuya celebración a cargo del señor Víctor Bardales, quien contagiaba a cercana vecindad del jirón Alfonso Ugarte, donde vivía. En esquina con la calle 2 de Mayo, paraban su unsha; una comparsa disfrazada de ‘viejos’ generalmente, hacia un recorrido por dichas calles y plaza de armas, acompañada de reina, concluyendo en gran baile popular. El recuerdo de este día ha continuado con mayor fuerza y alegría convirtiendo al organizador en otro gran promotor del carnaval sanmiguelino.

Aquel tiempo, el ingenio infantil volaba por los aires y era suficiente dicha representación de la llegada, entierro de Ño Carnavalón o Día de las Viejas, para por las noches, una comparsa de niños del barrio imitara tal celebración encabezada por Jorge Pichuta, Álvaro Chita. Antuca Ramírez, Ney Reyes, Cachito Alfonso, Pescao Jhon, Mocho Hermes, Tío Juan, Gracenianio Patito, Rafael Tolito, Cholo Ermis y otros, desde la tienda de chicha de doña Encarnita –cuando ella se encontraba en misa- aparecieran disfrazados con prendas de vestir, zapatos, sombreros, cinturones, carteras hasta de la propia dueña de casa y otras que cada quien traía como pañolones, ponchos, ternos usados, anteojos, quepís, bastones, pelucas, etc. dando un recorrido por calles principales y vuelta por plaza de armas; para volver al recinto plenos de alegría y satisfacción, bailando y cantando, causando en vecinos sonrisas y felicidad; igual sucedía los días del velorio y entierro, preparaban su difunto Carnavalón velando en puerta de la misma casa, cargando igualmente hasta el panteón para finalmente quemarlo, reapareciendo el grupo imitando el día de las ‘viejas’. Cómo olvidar estos recuerdos guardados en el alma y sentimiento de cada uno de nosotros. Por ello será que el carnaval pervive muy lejos de la nostalgia en todo sanmiguelino, hoy y siempre.

IX

Con tristeza embargada en cada sanmiguelino, como es natural por la finalización de la fiesta del carnaval y luego de tanto jugar con agua, talco, serpentinas: bailar, comer, tomar, tumbar unshas: disfrazarnos, fabricar máscaras, ser invitados por familiares de reinas a departir suculentos almuerzos por ‘gratitud’, romances y otras aventuras propias; con tristeza y resignación quedaba esperar los famosos ‘warcos’ que siempre eran confeccionados en casa de don Santos Ramírez Malca ‘Chimbalcao’ por sus familiares Conshe y Gloria. Antigua costumbre donde a manera de un altar exponían diversos objetos entre botellas de vino, bizcochos, manillas de plátanos, etc. los invitados consumían sus tragos y divertían bailando, llegado un momento pedían bajen del warco tal o cual cosa de su preferencia, en especial licor para seguir divirtiéndose. Los dueños de dicho arreglo, anotaban en un cuaderno el nombre del solicitante y el objeto, con la finalidad que el año siguiente, éstos sean doblemente repuestos. La música estridente carnavalesca continuaba, los invitados uno a uno optaban por retirarse mareados luego de consumir bastante licor y comer las delicias del warco, dejando vacío el altar. Don Ángel Medina, Tirso Linares y Nilo Verástegui, plan de media noche enrumbaron a casa de doña Margarita Cienfuegos -era víspera de su cumpleaños-, nosotros los seguimos con Fernando Sanjinés y Luis Vera Bedoya; ofreciéndole clásica serenata:

“En el silencio
de esta noche hermosa
desde muy lejos
vengo yo con mi cantar
recordando tu santo en mi memoria
de alegría y felicidad.

Son tus amigos que te cantan
que te cantan serenatas y canciones
alegremos estos nobles corazones
que hoy celebran de dicha y felicidad…”

Cuando las puertas se abrieron de par en par invitándonos a pasar, saludamos y felicitamos a la homenajeada quien lucía alegre por tan importante fecha de su natal, además por la presencia de familiares y amistades que como todos los años solían reunirse. Continuaron los músicos:

Estas son las mañanitas
que cantaba el rey David
a las muchachas bonitas
que le cantamos así…

A don Nilo lo hicieron bailar con la cumpleañera y todos hicimos un ruedo y con palmas acompañamos el ritmo musical  En eso que estábamos en todo el baile, apareció doña Aurora Malca y la Jeshu con su mechero en alto, desprendiendo de un cocacho a su Bedoya de la pareja señorita Consuelo Vigo, retirándose en el acto un tanto avergonzado, sin despedirse, anduvieron buscándolo todo la noche  y por todas las calles sanmiguelinas, de fiesta en fiesta hasta que dieron con su paradero. Nunca antes su Lucho había desaparecido hasta tan tarde de la noche salió diciendo y amenazándolo castigar. Con Fernando Sanjinés aprovechamos la lumbre del candil y de lejitos encaminamos a nuestras casas temblando de la oscuridad, los chanchos con cadenas o mulas cojas que a esa hora precisamente aparecían; escuchando el sermón que le seguía regalando: ni mi Panchito me había hecho esto, seguía diciendo refiriéndose al hermano mayor. Ya verás cholo badulaque la buena tanda que te va a caer…

El siguiente carnaval había llegado y no aparecían los oferentes o donantes del warco, no se hacían presentes. Entonces había que revisar el cuaderno y saber quiénes fueron aquellos ilustres visitantes que gozaron y divirtieron a sus anchas  durante toda esa noche y hoy brillan por su ausencia. Allí estaban sus nombres y firmas para el recuerdo leyendo en voz alta sus nombres y los pocos presentes respondían luego: guardia civil fulano de tal…: ¡cambiado a Cajamarca!; profesor zutano…: ¡cambiado a Celendín!, mengano especialista del núcleo educativo comunal…: ¡cambiado a Bambamarca!, secretario de juzgado Mario Castro… ¡cambiado a Chota!... Prof. Aladino Becerra, Rafa Tello, Glover Sanjinés… ¡Presentes…, no recuerdan haber estado esa noche pero reconocen sus firmas y deudas!, respondieron; y así sucesivamente iban apareciendo otros honestos deudores. El warco tenía que levantarse de todas maneras, bailar, gozar, tomar y despedir el carnaval hasta el siguiente año, como Dios manda; con nuevos clientes que seguramente esta vez no fallarán y darán continuidad a esta costumbre que al parecer así fue porque el warco siguió durando muchos años más. Santitos Malca Chimbalcao, ordenó prendan el tocadiscos y arranque la fiesta y el trago.

X

Esta larga tradición del Carnaval Sanmiguelino, la debemos a estos y otros conocidos personajes comprometidos, de quienes el pueblo tendrá que reconocer y agradecer siempre. Gracias a ellos, perdura y cada año es obligación enriquecerlo y engrandecerlo porque en cada uno de los tiempos vividos por nosotros o nuestros ancestros, queda parte de nuestra vida, juventud, amor, alegría, inocencia, fe y esperanza; perennizándolos, revalorando y conservando nuestro patrimonio y, en especial, fraternizando y acrecentando nuestra identidad que deberá seguir imparable recorriendo calles, espíritus y corazones de la gente de San Miguel. A un año de distancia, debe designarse nueva comisión organizadora para una verdadera planificación, difusión y plena participación:

“Mañana mato mi coche silulo
no te he dar mi copocho silulo
porque tengo un desafío silulo
el martes de carnaval silulo”.

Chimbote, febrero del 2012
pisadiablo100@hotmail.com

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