Carnaval Sanmiguelino
INOLVIDABLES ‘BALDEADAS’
Crónicas de Pis@diablo
Víctor Hugo Alvítez Moncada
Reina del Carnaval Sanmiguelino 'Nora I' acompañada del 'paje'
Atilio Canelo. Adelante Franco Romero Cruzado, presidente Comité del Carnaval,
a su diestra Carlos Reyes Quiroz(+).
Aquellos
últimos carnavales gozados plenamente en San Miguel son inolvidables y
recuerdos perdurables, buen pretexto para volver a la tierra y gozarlos como se
merecen todos los días festivos sin uno siquiera de dejarlos de jugar tanto de
día como de noche. Finalmente Carnaval es la fiesta general.
Mi
padre nos había puesto con mis hermanos a la ‘escuelita vacacional’ conducida
por la tía Esperanza Díaz, durante enero a marzo con la finalidad de ‘no
aplanar las calles” –decía. La escuelita funcionaba en el corredor de su casa
empleando bancas y sillas incluso con alfombras de mobiliario, teníamos aparte
el patio empedrado, el jardín y hasta el horno para divertirnos jugando ‘la
pega’, ‘las chapaditas’ o las escondidas la hora del recreo. Había también un
caño con bastante agua donde tomábamos a
grandes sorbos o refrescábamos luego de correrías del recreo, debajo en un antiguo
perol de bronce -esos que antes freían los chicharrones- se acumulaba y
rebalsaba el líquido. Un día cercano al carnaval, las chicas del barrio
compañeras de dicha escuelita encabezadas por Mariela Quiroz y Milena Sánchez,
seguramente acordaron darme una buena ‘baldeada’ entre todas, preparadas con
baldes llenos de agua e incluso con apoyo de la joven y entusiasta maestra. En
cuanto estuve distraído y cerca al caño fui acorralado y de uno y otro flanco
llovieron baldadas de agua sin tener escapatoria. Intenté buscar algún
recipiente para responder o quitarles a alguna de ellas pero fue imposible quedando
solamente escapar de tremendo regalo carnavalesco corriendo alrededor del patio,
tratando de esquivar las baldadas. Decían que yo andaba tirándoles globos en la
calle, polveándolas, quitándoles sus serpentinas o arrancando sus largas ‘concertinas’
confeccionadas pacientemente y con tanto cariño atando y doblando serpentinas
de colores; incluso que andaba colocándoles dentro de sus carteras y cuadernos
aquellos mensajes de amor que traían impresas las cintas. Desde aquel día, no
retorné jamás a la Escuelita, dedicándome todos los días al carnaval con mayor
esmero e ímpetu tratando de descontarme una a una del carga montón de la
escuelita, sin lograr el objetivo al no salir de sus casas o ir acompañadas de
sus madres a las clases vacacionales -a puerta trancada- o desde sus balcones
sonrientes esperando ‘bautizarme’ con chorreras de agua, cualquier momento.
El
Sábado de Carnaval, día del ingreso de Ño Carnavalón, el animador principal de
la fiesta don Franco Romero Cruzado, reunió a varios muchachos, contagió y
animó con su alegría participar de la comparsa, séquito o como se llame al
acompañamiento. Aquel año, nos disfrazamos en el patio del Colegio San Miguel;
los más adultos botella de cañazo circulaban de mano en mano e iban pintándose
el rostro con corchos quemados, hollín con manteca, caliche molido, coloretes y
otros materiales de su inventiva; seleccionaban las diferentes prendas viejas con
los que habían que encubrirse midiéndose sobre sus cuerpos del abultado costal
de yute que don Franco distribuía entre abrigos, sacos, sombreros, blusas,
faldas, zapatos, botas, corbatas, carteras, pelucas, máscaras, etc. Otros
montados en burros y caballos alquilados adiestraban los animales no los vaya a
tumbar en pleno recorrido. El caballo más manso prestado a un señor que vendía
leña fue destinado a Ño Carnavalón en el que lo hicieron montar, aseguraron
bien con sogas y riendas del mismo animal, quedando listo el armatoste del
muñeco grande de estructura de carrizo forrado con papel de cemento pintado
emulando terno marrón, rasgaron una tela vieja de color rojo y la amarraron al
cuello emulando corbata; aseguraron bien con hilo pabilo grueso la máscara
gigante que ellos mismos confeccionaban con sus consabidas técnicas y
experiencia a través de moldear arcilla, secar al escaso sol, forrar con tiras
de periódico y bastante engrudo de harina, luego mandar pintar con ‘sapolín’ al
taller del ‘Chueco’ Martín y el Javito. La banda de músicos municipal estaba
presente entreteniendo con melodías carnestolendas botella en mano, esperando
salga la comparsa de disfrazados.
'Carnaval macho' encabezado
por Franco Romero Cruzado.
Entonces
fue cuando don Franco anunció: “tú y yo solamente faltamos, vamos a vestirnos de
‘waripoleras’, aquí he separado los trajes”: unas minifaldas rosadas y zapatos
de taco aguja más torcidos que cuernos de venado. No podía contradecir al señor
presidente de la Comisión del Carnaval de 1968. Nos vestimos rápidamente, los
demás ya estaban listos. ¡Suelten el primer cuete!, se escuchó decir: el diablo
corrió adelante con temerario chicote de tres puntas correteando incautos y
curiosos, tras él ‘Ño Carnavalón’ jalado del caballo por un encargado; el Soco,
Arcelio, Aladino y Matías vestían de viejos y viejas encorvadas con bastones, señoritas,
soldados, guardias, enanos y payasos continuaron, riendo a carcajadas de nuestro
aspecto cuales monumentales y espigadas norteamericanas del Carnaval de Río de
Janeiro -en nuestro caso de escandalosos cuerpos y deformes piernas blancas, siendo
bien recibidos y ovacionados por el público. El diablo sin cesar ahuyentaba
parroquianos a punto de correazos, sin dejarlos acercarse a los disfrazados que
éramos víctima de globazos y baldazos de agua por todo lado, resultando
empapados de pies a cabeza con las diminutas prendas casi desprendiéndose de
nuestros cuerpos. Al finalizar ‘la
llegada’ y luego de leerse el irónico ‘mensaje’ de Ño Carnavalón que suscitó
mucha atención y risa de la nutrida concurrencia por los ‘regalos’ que había
traído a las personas más notables del pueblo, bajamos del balcón municipal y
unimos a la ‘gran baldeada’ –así como estábamos vestidos- con todo el público
presente en pozo de la pileta central en plena plaza de armas de San Miguel.
Otra
ocasión, muy temprano y alrededor de una banca en la plaza fuimos reuniéndonos
algunos amigos para participar del sábado de Carnaval, cuando sorpresivamente
fuimos cercados por un buen grupo de muchachas con rostro y trajes totalmente pintarrajeados,
regalándonos una ‘baldeada’ de dios y señor mío, hasta se llevaron nuestros
baldes llenos de globos, no tuvimos tiempo de reaccionar y defendernos. Estos
últimos años, son ellas quienes han asumido la iniciativa de enfrentar cara a
cara la fiesta del carnaval; antes teníamos que ir a buscarlas o desde sus
balcones provistos con tinas y depósitos de agua armaban el juego. Ahora en
patotas, pintadas de pies a cabeza, ataviadas de baldes y globos desafían a ‘cuadrillas’
de hombres y muchachos por todas las calles de San Miguel.
El
carnaval de 1997, estaba fotografiando todas las escenas de la ‘llegada’ de Ño
Carnavalón desde el centro de la plaza de armas cuando de un momento a otro fui
rodeado por un buen grupo de carnavaleras y sin mediar palabra alguna propinaron
la mejor ‘baldeada’ que haya podido recibir en toda mi vida, con cámara
fotográfica y todo; encima, con sus manos de todos los colores pasaron por mi
cara, cabeza y mi cuerpo entero, quedando irreconocible pero feliz de gozar del
carnaval sanmiguelino, extrañando celebrarlo todos los años, sin olvidar, imitar o desvirtuar nuestra
auténtica fiesta y tradición carnavalera, tan propia y especial, plena de
amistad, recuerdos y fraternidad.
El
Domingo de Carnaval, amaneció muy nublado, amenazaba el corso de la reina; uno
de los volquetes de la municipalidad era arreglado como carro alegórico por el
mismo Franco Romero especialista en
estas artes. A eso de las once de la mañana entre cuetes de golpe, clásicas
tonadas del carnaval por banda de músicos apareció rodeada de mucha gente por
las calles sanmiguelinas la sonriente y bella reina de elegante vestido azul
brillante, cetro y corona, encendiendo con su hermosura la mañana, regalando
besos volados a dos manos y serpentinas multicolores las que eran recogidas por
niños y arremolinada gente campesina ataviada de ponchos y sombreros sin
salvarse de baldazos de agua recogidos en acequias y charcos dejados por incesante
lluvia. La reina resaltaba su lindeza y gracia entre ramos de flores y
cartuchos, tules rojo, turquesa y amarillo; junto a ella, el ‘Paje’ un atento
muchacho de elegante terno oscuro y corbata michi. De veredas y casas recibió
aplausos y vítores, de ventanas y balcones pétalos de flores y serpentinas. La
alegría continuó a pesar del mal tiempo recorriendo calles principales y
admiración del pueblo. El corso concluyó satisfactoriamente, sin faltarnos
ganas de globear a la soberana quien retornaba a su casa, alguien dio la voz:
“¡A la una, dos y tres!”: lloviendo sobre ella y acompañantes feroz globeada; don
Franco -escurriendo su cabeza- se puso frente a atrevida muchachada, levantó la
voz, tratando de hacernos desistir. Nuestra guapa reina –cubriéndose tras él-
trataba de arreglarse el peinado y sacudía el agua y ‘boquillas’ con nudos de
globos impregnada en sus prendas, devolviéndonos una sonrisa plena de felicidad
y amistad. Entre tanto en casa de su
majestad los potajes trascendían contagiando todo el ambiente y al cual
llegaban autoridades, invitados especiales, comitiva del carnaval y familiares.
Carnavaleros sanmiguelinos
ecorriendo calles sanmiguelinas: Manuel "Soco" Días Villate, Aladino
Becerra, Álvaro Alvítez, Manuel Cubas, Julio Soberón, Severo Suárez, Mario
Alvítez, Elmer Rosales, entre otros.
-
En
‘Carnaval, carajo, nadie se salva’ -dijo Landuchi a viva voz.
Y
toda la multitud avanzó al pozo de la pileta central de la plaza, llenaron sus
baldes e inició el ‘Carnaval macho’ o ‘baldeada general’. Todos quedamos
escurriendo y hasta tiritando de frío. Uno a uno fuimos retirándonos a
cambiarnos de ropa en nuestras casas aunque en el trayecto desde puertas y
balcones de la vecindad seguimos recibiendo baldadas de agua por muchachas que
esperaban escondidas. Otras ‘cuadrillas’ remojados y pintarrajeados de negro
desde la esquina de las calles Bolívar y Grau, lanzaban a viva fuerza globos
marca ‘chanchito’ es decir pepas de mango acumuladas en la calle, a la gente
del campo en especial quienes subían del mercado, cubriéndose con sus ponchos y
sombreros.
En
la noche, nos encontramos con Pichuta,
quien facilitó algunas medias de nylon de mamá ‘Rosita’, llenamos con un poco
de harina de pan más caliche rascado con chapas en paredes formando una bola en
la punta, la llamada ‘matachola’, salimos a recorrer las calles en busca de
algún ‘canchito’. Pobre aquella muchacha que había salido hacer algún mandado,
la perseguíamos de su veloz huida hasta alcanzarle unas cuantas ‘matacholadas’
en cualquier parte del cuerpo, blanqueándola, escuchando de la pobre sus
quejidos por los golpes y desesperación por alcanzar a carreras la puerta de su
casa. “Carnaval tiene la culpa”.
El
lunes, no estaba con muchas ganas de jugar al carnaval, la ropa no secaba por crudo
invierno y fuerte lluvia; las acequias centrales de calles de nuestro pueblo
discurrían llenas de agua invitándonos al desenfreno; desde la puerta de mi
Encarnita espiaba algún ‘canchito’ esperando lanzarle globos que había llenado
en el caño de mi casa y guardaba dentro de un balde blanco de pintura. Ninguna
muchacha asomaba su cabeza por su balcón, salía de su casa o menos pasaba por
la calle. Estaba silencio y triste el día, los amigos del barrio tampoco
aparecían. Frente a tal tranquilidad, avancé en busca de alguien por la misma
calle Bolívar hasta la esquina del otrora concurrido hoy desaparecido ‘Parque
de los haraganes’, miré a ambos lados, ni un alma en la calle, puertas y
balcones cerrados. Un tanto decepcionado empecé el retorno, cuando al pasar meditabundo
la señora Marina, salió a mi encuentro, saludándolo muy atentamente, sugiriéndome ‘baldearme’ en la acequia de enfrente con su
hija Marujita Auquisa. ¡¿Cómo poder negar
tan gentil invitación?! Primero la mamá, Maruja y hermana menor me quitaron el balde
que portaba y con los mismos globos me tiraron, cayéndome algunos. Marujita
estaba dispuesta a baldearse, sacaron un balde para ella devolviéndome vacío el
mío y cada quien se posicionó de un lado de la acequia, yo me ubiqué en la
parte inferior donde recogía con mayor facilidad el agua y en un santiamén
Marujita lucía completamente mojada, sonriente y escurriendo sus cabellos; su
madre, ordenó paremos la ‘baldeada’, ella ingresó a su casa dejando un camino
de agua; yo, igualmente empapado con balde vacío sobre mi cabeza enrumbé en
búsqueda de prendas secas para cambiarme.
-
¡Has
de venir por la tardecita pa’que se
negreen! Alcancé escuchar a doña Marina, siguiendo mis adormecidos pasos.
Carnaval sanmiguelino de
antaño.
El
Martes de Carnaval, temprano, igualmente día encapotado, paseaba tranquilo y
contento por buenas ‘baldeadas’ de días
anteriores. De enfrente me llamó la Filo
o doña Filomena Díaz Chacón, -mamá del ‘Diablo Chueco Martín’ y el
‘Pichuta’- estaba en la puerta vendiendo
chicha, diciéndome: “Quiero que seamos compadres”. Nos dimos la mano y sellamos
con un fuerte abrazo aquel compadrazgo, sacó un cántaro de chicha tomando
alegres dos vasos cada uno. Desde ese día, durante su vida y la eternidad,
seguimos siendo ‘compadres’ como muchas personas de nuestro pueblo que conservan
gran amistad y cariño que brinda por siempre la fiesta del Carnaval
sanmiguelino. Hasta ese feliz momento no se vislumbraba ‘baldeada’ alguna, todo
era tranquilidad. ¡Hasta luego, comadrita!, salí diciéndole parándome en la
esquina de la casa. Vi aparecer a Camuchita Jota
en la puerta de su tienda, fui tras mi balde, salí corriendo por otra puerta –ella
barría distraída la vereda- sorprendiéndola con un buen baldazo de agua,
dejándolo escurriendo, petrificada ¡Qué pue´te
pasó, hija!, dijo doña Consuelo. ¡Ya estás toda mojada, ‘baldéate de una vez’,
llamándome insistente. Empozamos la acequia con unas piedras y das das nos agarramos a baldazo limpio.
Los dos estábamos ahora nuevamente sacudiéndonos de frío y gratificados del
Carnaval, contentos, éramos buenos vecinos y amigos. Doña Consuelo, echó unas
cuantas mangos rojos de Platanar y manzanas en mi balde, retirándome chorreando;
agradecido.
La
noche lucía entristecida y oscura, amenazaba llover, la ‘cuadrilla’ de la Plaza,
dimos algunas vueltas por las calles sin poder ‘blanquear’ ningún ‘cachuelito’
con nuestro polvo olorizado comprado en don José Castañeda, se hacía masa en
nuestras manos empuñadas, otros andaban su bolsa de harina de pan. Sin
conseguir nada, decidimos despojarnos del talco y sentarnos a jugar el cush cush en una de las esquinas. Entón, de la misa salían las beatas y
tras ellas sus hijas nuestras amigas y vecinas Carmencita de doña Fisha y Zaira de doña Jeshu, venían solitas, confiadas. ¡Dos ‘canchitos’!, -anunciaron
Bedoya y Pedro Apra- y sentados como
estábamos entretenidos al juego, disimuladamente desatamos las bolsas de harina
y ‘matacholas’, nos levantamos al
unísono y las cercamos, empolvándolas totalmente con cabellos y todo enredados
más unos cuantos golpes de ‘matachola’ por brazos y espaldas hasta hacerlas
llegar a sus puertas:
-
¡Mamá
Jeshu…, mamá Fisha…, vengan… vangan a defendernos… esos ‘cholos’ nos han acabau de blanquear!
Ante tales gritos de
angustia y respeto a nuestras buenas vecinas mayores, corrimos escondernos tras la camioneta de don Arístides
Ortega y camión de don Shingo bravo, hasta
donde se dejaban escuchar sollozas de las afectadas y su cantaleta:
-
“¡Esos
‘cholos’ sonnn…, esos ‘cholos’ de ña
Rosita, buaaauu…; esos ‘cholos’… esos ‘cholos’ de ña Aurorita…, buaaauu…; esos ‘cholos’ de ña Glorita… buaaauu…, buaauuuuu…., esos ‘cholos’ sonnnn…, buauu…,
buauu…, buauuuuu…!”
¡Está
bueno el carnaval, ahora sí se arregló, carajo! “Y calabaza, calabaza cada uno
a su casa”. Cada quien marchó a su domicilio, ofreciendo antes vernos al
siguiente día y continuar la diablura. Eché manos al bolsillo enrumbando a casa
desprevenidamente, tratando de silbar esa pegajosa tonada: “Carnaval, carnaval
/ alegría sin igual / todos gozan en el carnaval / en el carnaval.”, de repente
desde una ventana sorpresivamente fui empapado íntegramente por el chorro de un
baldazo de agua fría, dejándome paralizado; eran las hermanas Elena y Rosario Villanueva
quienes también fueron reinas del carnaval sanmiguelino, al fin lograban descontarse de buenos globazos y acertada
puntería. Nunca antes me habían ‘baldeado’ de noche: “¡Quien busca, encuentra!”,
reza el refrán; ‘así es el carnaval / para quien lo sabe jugar’. Busqué
cualquier ropa para cambiarme, encima me puse un impermeable de mi papá y corrí
abrigarme muy cerca a la tronera del horno donde mi mamá y hermanas estaban en
pleno amasijo del carnaval, escuchando de labios de mi madre:
-
¡Jesús,
María y José…, este muchacho no deja de jugar carnaval de día ni de noche!...
¡Encomiéndalo Encarnita al Niño de Atoche, no se vaya enfermar!
Hoy
Miércoles de Ceniza, fallece Ño Carnavalón y están velando sus restos frente a
la puerta de la municipalidad de San Miguel, le han puesto varios ramos de
flores arrancadas en jardines de la plaza, la gente va y viene, se acercan al
féretro, algunos prenden velas. Allí está en su cajón mortuorio el viejo
Carnavalón con un saco gris y pantalón beige rellenos de viruta con su máscara y
brazos cruzados –todo un difunto- por un lado de la caja cuelga uno de sus botines
viejos amarrados con cabuya en vez de pasadores. Llega don Franco Cruzado,
conversa con varios muchachos quienes volverán a disfrazarse de viudas, viejos
y viejas, cura, niños huérfanos, etc., todos aceptan la propuesta, tiene
escrito el ‘testamento’ de Ño Carnavalón que en horas de la tarde y antes del
‘sepelio’ será leído por alto parlante desde balcón municipal. Nuevamente
autoridades, jueces, policías, funcionarios y cualquier vecino será mencionado
con su nombre o apodo para recibir alguna ‘herencia’ consistente en bienes,
propiedades, cargos públicos, pertenencias, mujeres, etc. de quien en vida fue el
Rey Momo de acuerdo a la actividad, costumbre o características de cada ‘beneficiado’.
Franco Cruzado, acercándose a mí nuevamente ordena: “Tú vas a ser el cura”… Y
dicho y hecho, desde las dos de la tarde nos esperaba dentro del municipio con costal
de disfraces, me alcanza una sotana negra, pesada y muy antigua. “Colócate, ya
sabes los ‘responsos’ se hacen en cada esquina rezando poco a poco el padre
nuestro o ave maría, con voz pausada y ronca imitando al cura Cachay y terminas
con un fuerte Dóminus
vobiscum, Aménnnnn.
Allí se
amontonan vecinos, escoges el nombre de uno de los más viejos y pides al difunto Carnavalón lo recoja de
este mundo y acompañe en su sueño eterno”. El cortejo fúnebre concluyó entre
chillidos y desmayos de ‘viudas, entenados y responsos’, escoltado de banda de
músicos llegando a un costado del panteón donde fue quemado el cuerpo del
infortunado. Los responsos no gustaron a algunos vecinos quienes dejaron de
hablarme algún tiempo, contándole a Franco Romero, quien riéndose a carcajadas
respondió : ‘por eso no quiero salir de cura, no te preocupes, ya les pasará
Carnaval tiene la culpa’.
Ese
día, como era el entierro no se juega con agua, las damitas reaparecieron en
las calles luego de algunos días de encierro y gentilmente acompañan el sepelio
de Ño Carnavalón, aunque asustadizas de las llorosas ‘viudas’ quienes a
propósito se desmayan una y otra vez debajo de ellas; algunos muchachos
llevaban globos y baldes llenos de agua, durante todo el camino recibíamos
globazos y baldazos que en mi caso rebotaban sobre la sotana o llenaban de agua
los amplios bolsillos. El ‘cura’ resultó siendo el punto de los carnavaleros, resultando
con sotana y todo, totalmente empapado y ‘baldeado’ enjugando todos sus
‘pecados’ del carnaval sanmiguelino.
En
pleno Carnaval y como de costumbre fuimos al río a bañarnos, unas muchachas
lavaban sus prendas de vestir a la orilla del río en grandes tinas de hojalata
escobillándolas sobre una tabla. De repente acordamos ir a darles su buena
‘baldeada’ con recipientes llenos de agua, sorprendiéndolas sentadas que ni
tiempo tuvieron de escapar, remojándolas en el acto y volviendo a meternos a nadar
en la poza del río para evitar nos alcancen y echen agua. Ellas seguían lavando
sentadas, bien mojadas, nadie habíamos imaginado que al retirarnos de las
corrientes del río e ir en búsqueda de nuestras ropas dejadas escondidas entre cercos,
las encontraríamos totalmente mojadas con agua jabonosa como para
identificarlas quienes eran las culpables, por eso era que de lejos nos miraban
sonrientes sin desafiarnos a darnos una ‘baldeada’ en pleno río; no fue
necesario.
El
Carnaval, estaba concluyendo, nadie jugaba con agua, la gente se aprestaba a
‘parar’ unshas en plaza de armas, esquinas
de sus casas o cerca a ellas. Nuestra calle Bolívar lucía la mejor, atractiva e
imponente unsha impulsada por doña Delma.
Luego de vestirla con abundantes regalos como todos los años, el baile inició
en el segundo piso de su casa, familiares habían llegado desde Lima. La alegría
del Carnaval era desbordante y no tenía fin, abajo desde la vereda de enfrente Miguel
Patito Lingán, Coche Aladino, Shalito Sánchez,
Botonshá y otros vecinos parados en
la esquina tiraban globos a las muchachas cuando salían al balcón u otros
personas que pasaban. A punto de seis de la tarde cuando la lluvia arreciaba
bajaron los carnavaleros a seguir bailando alrededor de la unsha e iniciar los hachazos turnándose alrededor de la unsha, la gente continuaba llegando
arremolinándose al árbol cargado de valiosos regalos, la globeada no paraba;
hasta que al fin se vino al suelo con
su pesado tronco y coposas ramas, la gente se aventó sobre ella a coger algún
apetitoso presente, sin contar que desde el balcón de la entusiasta
organizadora, llovían sin cesar baldazos de agua sobre los maltrechos unsheros resultando nuevamente
‘baldeados’ de cuerpo entero, más la lluvia, llegando nuevamente a casa goteando,
esperando prenda el motor don Humberto Pérez y llevar mis trapos a secar en el
ventilador de la vieja y única máquina de electricidad del pueblo.
Ese
sucede aunque sea por ganarse un abanico o alguito siquiera, otros retornaban lamentándose
con un plátano chancado, una lima o un bizcocho, aunque bien remojados sus
ponchos y sombreros. Nuestro Carnaval siempre fue, incomparable, retomemos su
verdadera originalidad, promoviéndolo, conservándolo, defendiéndolo, como
cantaba el más grande de los copleros sanmiguelinos, nuestro querido y
recordado Manuel “Soco” Díaz Villate:
“Manuel Prado decretó
que no hubiera Carnaval,
San Miguel le contestó
cállate viejo animal”.
“Nación de Pisadiablos”,
Miércoles de Ceniza, 18 de febrero del 2015
Carnavaleros de hoy.
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